Esa mañana me levanté más temprano. Mi madre decidió que era
mejor decírnoslo a Lilian y a mí lo antes posible. Subí a mi cuarto llorando e
indignada. Me recogí el pelo con una cola de caballo, y bajé a la playa dando
un portazo. Cuando llegué, lo único que pude hacer fue abrazar a Jas y dejar
que las lágrimas cayesen por mis mejillas.
- Ey, ¿por qué lloras?
- Jas. –dije mientras que me secaba las lágrimas. – Me voy.
- ¿Qué? - ¿Cómo que te vas? ¡No nos puedes dejar aquí! –dijo
gritando.
- Jas…yo tampoco quiero, pero sabes que no es decisión mía.-
Una lágrima hizo que estallara otra vez en llanto.
- ¿Cuándo te vas? – me contestó algo más tranquila.
- En un par de días, como mucho una semana.
- ¿Y dónde?
- A San Francisco. –dije cogiendo un puñado de arena y
apretándolo en mi mano.
- ¿Tan lejos? ¿Y por qué os vais?
- Si. Por el trabajo de mis padres, ya sabes, nunca estamos
mucho tiempo en un sitio.
- No puedes irte, sabes que no. – Jas dio un golpe en la
arena, intentando expulsar esa rabia.
Nos levantamos del suelo, sacudiéndonos la arena de los
pantalones. Fuimos hasta la pista de skate, donde vimos a Erik y a Alan. Erik
paró nada más verme, dejando el skate en el suelo, y me besó. No podía
contenerme, y comencé otra vez a llorar. Me sentía débil, y era algo que no me
gustaba. Erik y yo, nos fuimos de allí.
Se lo conté todo y vi como el también tenía lágrimas en sus
ojos.
- Preciosa, no llores. – me dijo él sonriéndome.
- Sabes que lo odio, me hace parecer débil, pero no lo puedo
evitar. – le contesté mirando hacia el suelo.
- La gente que llora no es débil, llora por que ha sido
fuerte durante demasiado tiempo.
Erik siempre sabía como sacarme una sonrisa. Y siempre lo
conseguía.
- No me quiero ir, no puedo irme.
- Sabes que no es decisión tuya, cielo. Yo no quiero que te
vayas… - contestó mirando hacia otro lado.
- San Francisco, donde según mis padres todo irá mejor. San
Francisco, donde según yo, mi vida será una pesadilla.
- No digas eso, no es verdad. – Erik había levantado el tono
de voz, no me gustaba.
- ¡Si que lo es! ¡Aquí es el único sitio donde me he
encontrado a gusto, donde he encajado. Y ahora, fuera otra vez. No quiero,
joder.
Estaba gritando a Erik, el que me estaba apoyando en esto y
yo le contesto gritando.
Me levanté del suelo y salí corriendo. Me sentía estúpida, a
la vez que usada y manejable. Me metí en un callejón, y desaparecí.
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